sábado, 21 de agosto de 2010

Las cerraduras.

Caemos...
Nuestros miembros a merced del viento vertical se estiran, se revuelven en posiciones imposibles. ¡Nos sentimos libres!
En menos de diez segundos nos habremos hecho mierda contra el suelo, de tal forma que nos tendrán que barrer porque nuestros pedazos no se podrán ni agarrar con dos dedos, pero por fin habremos sido libres.
Nadie podrá detenernos, ni tocarnos, ni manipularnos, ni mentirnos, ni mirarnos mal, ni hablarnos con ironía, ni tocarnos el culo ni... salvarnos.
Soy experto en comportamiento social, la idiotez de la gente enseña mucho si aprendes a mirar.

Caer no es una solución, es una salida. Salida cortita y con una puerta que te miente. Te hace creer que del otro lado hay algo menos doloroso que lo que hay de este lado.
No se si menos doloroso... lo que sí estoy seguro es que hay algo menos.





Guadalupe no pudo detener su curiosidad y rondó la puerta clavando su ojito meterete por la mirilla, viendo la luz del otro lado del lente de mierda de las mirillas.

Para abrir esa puerta debía atravesar otros portales que debía abrir correctamente y cerrar por las dudas que todo saliera bien.
Durante meses paseó por delante de la puerta, estudió su picaporte al dedillo. Compró una libreta gorda de muchisimas hojas.
Tomó las medidas exactas, apuntando en su libreta cada detalle que viera que le pareciera un obstáculo. Buscó y encontró cada ganzúa necesaria para vencer todas las cerraduras que se interponían.

La ganzúa de la familia, la de los amigos, las de su amante y su pareja, las de los profesores de la Universidad, la de los vecinos...
Cada día encontraba una cerradura que había olvidado el dia anterior. Dos meses después se dio cuenta de la cantidad de cerraduras que habría que abrir para aventurarse a derribar esa puerta dignamente.

¿Cómo era posible?
¿Cómo una persona en la vida podía sentirse tan sola teniendo que abrir tantas cerraduras para llegar a la salida?
¿Cómo carajo Guadalupe había conseguido tantas cerraduras y no tenia las llaves para abrirlas a todas? Y claramente debería usar medidas de emergencia: ganzúas.

Al tercer mes fue a la tienda de la vuelta a comprar otra libreta.
Aparecían más y más cerraduras.
A medida que comenzó a abrir las puertas, algunas forzadas y otras sin llave, fue notando que iba perdiendo el interés en la puerta de salida.
Al abrir cada cerradura las imagenes recorrian su mente como diapositivas de una conferencia.

Abrió la de la familia... Se vio sonriendo, hablando, abrazando y posando.
Abrió la cerradura de los amigos y se descubrió borracha, dormida, feliz, asustada y hasta sexy.
El cerrojo de su pareja era la corrección en imágenes, la seguridad de mirada, las vacaciones en paz y la frente alta, la rutina, el aburrimiento...
La cerradura de su amante era la locura extrema, el secreto, el hablar al oido, la emocion del vertigo sin futuro.
Seguía abriendo cerrojos siguiendo estrictamente las indicaciones de sus libretas.

Buscaba la puerta oscura que le llevara a la luz, y no la veia. No abría una sola cerradura que la llevara a su propia soledad.
Sus emociones comenzaban a caer en un plato hondo, mezclándose en una especie de sopa espesa.

Miles de puertas se abrían y cerraban y ninguna mostraba oscuridad alguna.
Cada cerradura disparaba un flash de imágenes que le resolvía un trozo del intríngulis que había enmarañado su corazón.

Al cuarto mes Guadalupe desistió de su búsqueda porque ya no se acordaba lo que buscaba. Estaba revolviendo su alma humeante con una cuchara contra el dolor.
Dio media vuelta cuando la ultima cerradura se abrió y volvio a casa.
Salió a la calle, un taxi se detuvo a su lado y ella abrio la puerta trasera y subió.
Era un coche negro con techo amarillo que la acogió donde nacen los latidos de Buenos Aires.
El taxista la miró a los ojos por el espejo retrovisor. Ella le devolvió la mirada tranquila y resuelta. Le dijo suavemente "Gracias por todo este tiempo, pero lo nuestro acabó..."

Los ojos del taxista se cubrieron de sorpresa, ira e incredulidad. Su pie apretó el acelerador en un instintivo movimiento rabioso, perdió el control, mordió el bordillo de la acera y se estrelló contra un árbol. Guadalupe salió despedida por el parabrisas delantero y quedó apoyando medio cuerpo en el capot.
Había decidido con una sonrisa no suicidarse hacía menos de diez minutos. Había entrado y salido de su ultima puerta.

Guadalupe murió instantáneamente, pero al menos había dicho "Te Amo" a todas sus cerraduras.
Eso había cambiado el nombre del asesino.

Mr. Salviand.